En este vídeo vemos a varios grupos de norcoreanos llorando la muerte de su querido líder de una forma un tanto peculiar, que ciertamente llama la atención. Y llama la atención, en primer lugar, por el hecho de que lo hagan en grupo. Es decir, un grupo numeroso de gente se reúne en un lugar público (o, de hecho, en cualquier otra parte) para llorar a su líder. ¡Y de qué manera! No es por desconfiar de los sentimientos de los norcoreanos, pero, a lo mejor es por mi alienante venda occidental que me impide ver la realidad en todo su conjunto, no he visto llorar así la muerte de nadie, ¡y mucho menos la de un mandatario!, en toda mi vida. El espectáculo que ofrecen las imágenes es ciertamente esperpéntico, y no puedo evitar ver en él un ligero toque a teatro forzado, por no decir sencillamente un ataque de preocupante locura colectiva.
Las imágenes llaman la atención, en primer lugar, por sí mismas. Es decir, el sólo hecho de que existan ya resulta bastante alarmante. Dicho aún de otra forma, es increíble que unas cámaras de vídeo graben cómo un grupo de gente llora. Quiero insistir en el “cómo” porque considero que está más que claro que ésa, y no otra, es la función que tienen esas imágenes que, recordemos, han sido distribuidas por la KCNA (Korean Central News Agency). Es decir, no se está mostrando el hecho en sí (que un grupo de gente está llorando la muerte de su líder), sino que se quiere hacer hincapié en el cómo se está llorando. No se está mostrando un qué; se está mostrando un cómo. ¿Por qué digo esto? Porque el vídeo no es informativo en absoluto. Sí así fuese, le sobraría el 90% de su duración, porque una vez que ya has mostrado a gente llorando ya has informado sobre el hecho, ya has dicho que la gente llora a Kim Jong-Il, no hay por lo tanto necesidad de reiterarse. A no ser, claro, que la intención sea otra. La cámara se detiene, además, ante distintas personas: primero va a mostrar cómo lloran unos, luego va a ver cómo lloran otros, luego busca a los de más allá. La función voyeurista de la cámara es descaradísima. Y nadie la mira, hacen como que no está, como los actores de cine cuando actúan.
Por otra parte, sigamos pensando en el hecho: un grupo de gente se reúne para llorar. Hasta aquí todo normal: un líder querido por su pueblo, el cual lo está pasando mal en estos momentos tan difíciles, y deciden reunirse para llorar todos juntos. No es extraño, lo vemos a diario cuando asesinan algún estudiante en Estados Unidos, gente anónima que se reúne en las plazas, encienden velas y hasta rezan por el alma del difunto. El problema en este caso, o por lo menos lo que llama la atención, es el cómo lloran. ¡Haciendo ruido! ¡Demasiado! Lloran como un niño al que se le han pasado ya las ganas de llorar pero aún quiere que su madre le haga caso. Ese llanto forzado, alargado, ruidoso. No es un llanto reflexivo de mirada al infinito y mejillas bañadas en lágrimas que todos tenemos cuando se nos muere un ser querido y nos hemos desahogado todo lo que hemos podido y más, no. ¡Es un desahogo continuo! Como si continuamente estuviesen recibiendo la noticia de que Kim Jong-Il se ha muerto y, continuamente, les pillase de nuevas. ¡Es esperpéntico!, y lo siento pero cuesta creerlo.
Quizá sea que vivo en Occidente, donde si muere un mandatario las lágrimas serían de júbilo, pero no logro imaginarme en qué país, cuyo pueblo quiera a su líder, se lloraría al estilo norcoreano la muerte de éste.
Por ejemplo, Cuba, un país cuyo pueblo admira al más importante de sus líderes, Fidel Castro. Los cubanos, y no sólo los cubanos, tienen razones más que de sobra para admirar a su líder, y por supuesto para llorar su muerte. Pero si Fidel Castro muriese (¡Dios no lo quiera!), me juego la mano derecha a que no veríamos unas imágenes semejantes a éstas de Corea del Norte. Los cubanos sentirían mucha pena, seguro; llorarían, por descontado; incluso se reunirían en las plazas para llorar a su Comandante, ¡como es lógico, teniendo en cuenta las adversidades a las que se ha tenido que enfrentar Cuba y con las que tan bien ha sabido lidiar Fidel Castro! Pero seguramente transmitirían un llanto sincero, silencioso, natural. No sufrirían ataques de histeria colectiva, como parece que sí sufren los norcoreanos.
Luego entra en juego el carácter de la sociedad oriental en general, de la que, como no podía ser de otra forma, los ciudadanos norcoreanos forman parte, en la que los valores son diferentes a los imperantes en Occidente. En Corea del Norte, sin ir más lejos, Alejandro Cao de Benós explica que los norcoreanos son como una familia, y que a efectos prácticos la muerte de un dirigente de la talla de Kim Jong-Il es similar a la muerte de un padre, de ahí la rabia y la pena. Pero esos vídeos no transmiten rabia ni pena, transmiten cartón-piedra, como las malas pelis.
Aunque fuese verdad, aunque esos llantos fuesen sinceros, debe quedar claro que los norcoreanos no hacen daño a nadie comportándose así. Ellos no se dirigen a Occidente a exigirle que llore a sus líderes. A los ojos de Occidente, los norcoreanos pueden estar zumbados, pero esa supuesta locura se queda allí con ellos, no pretenden imponerla a nadie. No es el mismo caso que, por ejemplo, algún psicópata empeñado en extender por el mundo su costumbre de lapidar mujeres y someter a toda la Tierra (también a los norcoreanos) a la ley de Alá. E insisto, no hacen daño a nadie, la costumbre del culto a la personalidad no es comparable, ni mucho menos, a la de, por ejemplo, la ablación de clítoris, la cual no se puede “respetar en nombre de la tolerancia”, como es evidente.
Yo puedo tener mi opinión y decir que, bajo mi punto de vista, están como una puñetera regadera y que si eso es el socialismo que conmigo no cuenten, pero no puedo menos que mostrar respeto por sus costumbres y que allá ellos, que no se están metiendo con nadie.