Los que no trabajan y no han trabajado nunca, hablan siempre en nombre del trabajo.
Ahora, ¿cómo se produce y quién ha producido la tierra, los metales, el carbón, las piedras y otras cosas semejantes? Estas cosas, las haya hecho Dios o existan por obra espontánea de la naturaleza, lo cierto es que todos, al venir al mundo, las hemos encontrado; por tanto deberían servir para todos. ¡Qué dirías si los amos se quisieran apoderar del aire para aprovecharlo ellos y darnos a nosotros sólo una pequeña parte y de la más maloliente, haciéndola pagar con sacrificios
y sudores? La única diferencia entre la tierra y el aire es que han hallado para la tierra el modo de apoderarse de ella y dividirla entre ellos, y para el aire no; pues si encontrasen el medio, harían con el aire lo que han hecho con la tierra.
Ahora, ¿cómo se produce y quién ha producido la tierra, los metales, el carbón, las piedras y otras cosas semejantes? Estas cosas, las haya hecho Dios o existan por obra espontánea de la naturaleza, lo cierto es que todos, al venir al mundo, las hemos encontrado; por tanto deberían servir para todos. ¡Qué dirías si los amos se quisieran apoderar del aire para aprovecharlo ellos y darnos a nosotros sólo una pequeña parte y de la más maloliente, haciéndola pagar con sacrificios
y sudores? La única diferencia entre la tierra y el aire es que han hallado para la tierra el modo de apoderarse de ella y dividirla entre ellos, y para el aire no; pues si encontrasen el medio, harían con el aire lo que han hecho con la tierra.
(...)
Pepe.- Pero para seguir adelante con este sistema se necesitaría que todos trabajáramos con buena voluntad, ¿no es verdad?
Jorge.- Ciertamente.
Pepe.- ¿Y si hay quien quiere vivir sin trabajar? El trabajo fatigoso es duro y no gusta ni siquiera a los perros.
Jorge.- Confundes la sociedad actual con la sociedad de despuésde la revolución. La fatiga, has dicho, no gusta siquiera a los perros; pero, ¿sabrías estar el día entero sin hacer nada?
Pepe.- Yo no, porque estoy acostumbrado al esfuerzo, y cuando no tengo nada que hacer, me parece que las manos me sobran; pero hay tantos que se estarían todo el día en la taberna jugando a las cartas o en la plaza tomando el sol...
Jorge.- Hoy sí; pero después de la revolución no puede suceder, y te diré por qué. Hoy el trabajo es penoso, mal pagado y despreciado. Hoy quien trabaja debe matarse de fatiga, muere de hambre y es tratado como una bestia. Quien trabaja no tiene ninguna esperanza y sabe que irá a parar a un hospital, si no concluye en la cárcel; no puede ayudar a su familia no goza nada en la vida y sufre continuos maltratos y humillaciones. El que no trabaja, por el contrario, goza de todas las comodidades posibles y es apreciado y estimado; todos los honores, todas las diversiones son para él. Aun entre los mismos trabajadores, sucede que el que trabaja menos y hace las cosas menos penosas, gana mucho más y es mucho más apreciado. ¿Que extraño es que la gente trabaje de mala gana y si puede no deje escapar la ocasión de no trabajar?
Si al contrario, el trabajo se efectuara en condiciones humanas, por un tiempo racionalmente corto, con ayuda de las máquinas, en condiciones higiénicas; si el trabajador supiese que trabajaba por el bienestar de todos, de su familia y de los demás hombres; si el trabajo
fuese la condición indispensable para ser apreciado en la sociedad, y el ocioso fuese señalado al público desprecio, como sucede hoy con los espías y encubridores, dime, ¿quién sería el que querría renunciar al placer de sentirse útil y amado, para vivir en la inercia, que además es
tan dañosa a nuestro cuerpo y a nuestra moral?
Hoy mismo, salvo algunas raras excepciones, todos sienten una repugnancia tan invencible como instintiva por el de espía. Y, sin embargo, haciendo estos degradantes oficios, se gana mucho más que cavando la tierra, .se trabaja poco o nada y se es, más o menos indirectamente, protegido por la autoridad; pero son cargos infames, señales de una profunda abyección moral, y porque no producen sino dolores y males, casi todo el mundo prefiere la miseria antes que la infamia. Cierto que hay excepciones, hombres débiles y corrompidos que prefieren la infamia; sin embargo, se trata de escoger entre la infamia y la miseria. ¿Pero quién sería el desgraciado que escogería una vida infame y dificultosa, cuando trabajando tuviese asegurado el bienestar y la estimación pública?. Si este hecho se produjese, sería tan contrario a la índole normal del hombre, que debería considerarse y tratarse como un caso de locura cualquiera.
No lo dudes, no; la pública reprobación contra el ocio no faltaría ciertamente, porque el trabajo es la primera necesidad de una sociedad, y el ocioso no tan sólo haría daño a todos viviendo del producto de los demás, sin contribuir, sino que rompería la armonía de la nueva sociedad y sería el elemento de un partido de descontentos que desearía volver al punto de partida, al pasado. Las colectividades son como los individuos: aman y veneran todo lo que es o creen útil, odian
y desprecian lo que saben o creen dañoso. Pueden engañarse y aun se engañan a menudo; pero en el caso que citamos, el error no es posible, porque es demasiado evidente que quien no trabaja, come y bebe a costa de los demás, y, por consiguiente, perjudica a todos.
Haced la prueba uniéndoos en sociedad con otros para efectuar un trabajo en común y dividir el producto en partes iguales; tendríais consideraciones para con el débil o el incapaz, pero al que pudiendo no quisiera trabajar, le envolveríais en un desprecio y en una vida tan
dura que, o bien os dejaría o le entrarían seguramente ganas de trabajar.
Esto es lo que sucederá en la gran sociedad siempre que la ociosidad voluntaria de algunos pueda producir un daño sensible. Además, al fin y al cabo, cuando no se logran adelantar a causa de
aquellos que no quieren trabajar, cosa que yo creo imposible, el remedio estaría pronto buscado; se expulsaría de la comunidad: y así, reducidos al solo derecho de poseer las primeras materias y los instrumentos de trabajo, estarían obligados a trabajar si quisieran vivir.
Jorge.- Ciertamente.
Pepe.- ¿Y si hay quien quiere vivir sin trabajar? El trabajo fatigoso es duro y no gusta ni siquiera a los perros.
Jorge.- Confundes la sociedad actual con la sociedad de despuésde la revolución. La fatiga, has dicho, no gusta siquiera a los perros; pero, ¿sabrías estar el día entero sin hacer nada?
Pepe.- Yo no, porque estoy acostumbrado al esfuerzo, y cuando no tengo nada que hacer, me parece que las manos me sobran; pero hay tantos que se estarían todo el día en la taberna jugando a las cartas o en la plaza tomando el sol...
Jorge.- Hoy sí; pero después de la revolución no puede suceder, y te diré por qué. Hoy el trabajo es penoso, mal pagado y despreciado. Hoy quien trabaja debe matarse de fatiga, muere de hambre y es tratado como una bestia. Quien trabaja no tiene ninguna esperanza y sabe que irá a parar a un hospital, si no concluye en la cárcel; no puede ayudar a su familia no goza nada en la vida y sufre continuos maltratos y humillaciones. El que no trabaja, por el contrario, goza de todas las comodidades posibles y es apreciado y estimado; todos los honores, todas las diversiones son para él. Aun entre los mismos trabajadores, sucede que el que trabaja menos y hace las cosas menos penosas, gana mucho más y es mucho más apreciado. ¿Que extraño es que la gente trabaje de mala gana y si puede no deje escapar la ocasión de no trabajar?
Si al contrario, el trabajo se efectuara en condiciones humanas, por un tiempo racionalmente corto, con ayuda de las máquinas, en condiciones higiénicas; si el trabajador supiese que trabajaba por el bienestar de todos, de su familia y de los demás hombres; si el trabajo
fuese la condición indispensable para ser apreciado en la sociedad, y el ocioso fuese señalado al público desprecio, como sucede hoy con los espías y encubridores, dime, ¿quién sería el que querría renunciar al placer de sentirse útil y amado, para vivir en la inercia, que además es
tan dañosa a nuestro cuerpo y a nuestra moral?
Hoy mismo, salvo algunas raras excepciones, todos sienten una repugnancia tan invencible como instintiva por el de espía. Y, sin embargo, haciendo estos degradantes oficios, se gana mucho más que cavando la tierra, .se trabaja poco o nada y se es, más o menos indirectamente, protegido por la autoridad; pero son cargos infames, señales de una profunda abyección moral, y porque no producen sino dolores y males, casi todo el mundo prefiere la miseria antes que la infamia. Cierto que hay excepciones, hombres débiles y corrompidos que prefieren la infamia; sin embargo, se trata de escoger entre la infamia y la miseria. ¿Pero quién sería el desgraciado que escogería una vida infame y dificultosa, cuando trabajando tuviese asegurado el bienestar y la estimación pública?. Si este hecho se produjese, sería tan contrario a la índole normal del hombre, que debería considerarse y tratarse como un caso de locura cualquiera.
No lo dudes, no; la pública reprobación contra el ocio no faltaría ciertamente, porque el trabajo es la primera necesidad de una sociedad, y el ocioso no tan sólo haría daño a todos viviendo del producto de los demás, sin contribuir, sino que rompería la armonía de la nueva sociedad y sería el elemento de un partido de descontentos que desearía volver al punto de partida, al pasado. Las colectividades son como los individuos: aman y veneran todo lo que es o creen útil, odian
y desprecian lo que saben o creen dañoso. Pueden engañarse y aun se engañan a menudo; pero en el caso que citamos, el error no es posible, porque es demasiado evidente que quien no trabaja, come y bebe a costa de los demás, y, por consiguiente, perjudica a todos.
Haced la prueba uniéndoos en sociedad con otros para efectuar un trabajo en común y dividir el producto en partes iguales; tendríais consideraciones para con el débil o el incapaz, pero al que pudiendo no quisiera trabajar, le envolveríais en un desprecio y en una vida tan
dura que, o bien os dejaría o le entrarían seguramente ganas de trabajar.
Esto es lo que sucederá en la gran sociedad siempre que la ociosidad voluntaria de algunos pueda producir un daño sensible. Además, al fin y al cabo, cuando no se logran adelantar a causa de
aquellos que no quieren trabajar, cosa que yo creo imposible, el remedio estaría pronto buscado; se expulsaría de la comunidad: y así, reducidos al solo derecho de poseer las primeras materias y los instrumentos de trabajo, estarían obligados a trabajar si quisieran vivir.
Obra completa aquí.
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